Don Martín de Güemes había sido el antemural en que se estrellaron los realistas en sus varias invasiones por el norte. Los gauchos de Salta, a sus órdenes, habían salvado la causa de la revolución en 1816, dando nervio a las deliberaciones del Congreso reunido en Tucumán, y en 1819, después de la retirada del ejército del general Belgrano. Por el contrario, don Bernabé Aráoz había comprometido esa causa cuando los realistas se hallaban en las fronteras del norte, y había proclamado un absurdo de República Tucumana, con el objeto de crearse un poder fuerte y con prescindencia de la patria común que en vano reclamaba sus auxilios. Güemes veía en Aráoz un peligro igual o mayor al que le amenazaba de parte de los realistas. No sólo le negó siempre todo auxilio en la guerra que con sus solos recursos sostenía Güemes contra los realistas, sino que trabajó por derrocarlo del gobierno de Salta en combinación con los aristócratas y godos de esa provincia.
Cuando el general San Martín lo nombró jefe del ejército de observación que debía entrar en el Alto Perú y cooperar a la expedición de Lima, Güemes solicitó nuevamente auxilio a Aráoz. Éste se negó. Entonces Güemes se puso de acuerdo con el coronel don Felipe Ibarra que acababa de ser nombrado gobernador de la nueva provincia de Santiago del Estero, y con el coronel Heredia que pretendía el gobierno de Tucumán, para destruir a Aráoz que a su vez trabajaba abiertamente para reconcentrar en sus manos el poder de las provincias del norte. Mientras Güemes se lanzaba a esta campaña, el general realista Olañeta llevaba una octava invasión a Salta, al frente de dos mil soldados. Olañeta se fue sobre Jujuy en abril de 1821 y adelantó su vanguardia a las órdenes del coronel Marquiegui. El gobernador delegado de Güemes, don José Ignacio de Gorriti, le salió al encuentro con una división de gauchos milicianos, y después de algunos combates parciales rindió a discreción dicha vanguardia en la quebrada de Humahuaca tomando entre los prisioneros al mismo Marquiegui.
En persecución del plan combinado con estos aristócratas que mantenían la política reaccionaria de la revolución argentina, el general Olañeta había desprendido al coronel Valdez (Barbaducho) para que se internase con 800 hombres en las ásperas serranías de Tacones; y para que descendiendo por un despeñadero peligroso que hay como a quince minutos de la ciudad de Salta, ocupase a ésta por la noche. Olañeta se movía entre tanto con el grueso de su ejército hacia Oruro, para volver sobre la marcha oportunamente, llegar hasta la misma quebrada de Humahuaca y acabar de efectuar la ocupación.
Valdez verificó esta atrevida operación sin ser sentido. En la media noche del 7 de junio de 1821 sus partidas llegaban a la plaza de Salta. Güemes había bajado de su campamento a la ciudad y despachaba a esa misma hora en la casa de su hermana doña Magdalena. Uno de sus ayudantes cruzó la plaza. La partida realista le dio el ¡quién vive!, y al responderle: ¡la patria! le hicieron fuego. Al ruido de las detonaciones, Güemes montó a caballo y se dirigió a la plaza seguido de su escolta. Un otro ¡quién vive! lo detuvo, y en pos de su respuesta de –¡la patria! hiciéronle una fuerte descarga. Güemes se retiró para ganar la campaña, pero otra partida realista que venía a sus espaldas, le hizo una nueva descarga, la cual le alcanzó; y sus fieles soldados lo condujeron al campamento del Chamical donde murió pocos días después.
Así acabó ese insigne guerrillero argentino que batalló sin cesar por la independencia de nuestra patria, con los recursos que él solo se buscaba y sin recibir otros estímulos que los de Belgrano, que lo amaba, y los de San Martín, cuya mirada de águila alcanzaba el genio, donde quiera que se alzase para vencer en la lucha más grande que se ha suscitado en este siglo. Vivir como vivió Güemes de las grandiosas palpitaciones de su patria, y morir por ella después de consagrarla todos sus afanes, en una virtud envidiable que atenúa todos los errores caídos en esa peregrinación de gloria imperecedera. La prensa contemporánea, inspirada por los émulos o por los antirrepublicanos, cubrió de injurias el sudario de Güemes a la vez que, mísera, defirió palmas a los traidores a la patria. “Acabaron para siempre los dos grandes facinerosos, Güemes y Ramírez (escribían de Córdoba y transcribía La Gaceta de Buenos Aires). Murió el abominable Güemes…al huir de la sorpresa que le hicieran los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Sabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos…”.