Nacido el 22 de agosto de 1908 en el seno de una familia acomodada de París, Henri Cartier-Bresson tuvo siempre el interés por retratar el mundo. De pequeño su tío Louis le enseñó pintura, una pasión que conservó tras la muerte de este en la Primera Guerra Mundial. Después de terminar su escolarización básica decidió seguir la carrera artística bajo la tutela de diversos artistas, entre los cuales le marcó especialmente André Lhote, un pintor y escultor cubista que despertó su interés por el arte contemporáneo.
El París de los años ’20 estaba en plena efervescencia del Surrealismo y Cartier-Bresson tuvo la oportunidad de conocer a artistas de diversas disciplinas y países. Él mismo experimentó con la pintura surrealista, pero nunca llegó a estar del todo satisfecho con sus obras y destruyó la mayoría de ellas; sin embargo, este movimiento artístico influyó decisivamente en uno de los principios de su futura carrera fotográfica: la idea de captar la esencia del momento que inmortalizaba.
Su orientación profesional dio un giro en 1929 de una manera inesperada. Se encontraba cumpliendo el servicio militar cuando fue puesto bajo arresto por haber cazado sin licencia. En ese momento entró en escena Harry Crosby, un escritor bohemio que había servido en la Gran Guerra y convenció al comandante para que dejara a Cartier-Bresson bajo su custodia, puesto que ambos tenían interés por la fotografía. Crosby le dio su primera cámara y algunas lecciones de fotografía, que no iban a durar mucho, ya que en diciembre de 1929 se suicidó.
En 1931 Cartier-Bresson partió hacia Costa de Marfil, por aquel entonces colonia francesa, en el que sería su viaje iniciático como fotógrafo. Durante los meses que pasó en África sobrevivió como cazador, una actividad que según él le enseñó a moverse con discreción. A su regreso en Francia entabló contacto con otros fotógrafos que habían trabajado en el continente negro: uno de estos era Martin Munkácsi, un veterano fotorreportero especializado en tomas de acción, que le mostró la foto que había tomado de tres chicos corriendo a orillas del lago Tanganyika. Esa imagen tuvo un impacto profundo en Cartier-Bresson, que en ese momento entendió “que una fotografía podía fijar la eternidad en un instante” y decidió dejar la pintura en favor de la película.
Durante los 40 años siguientes su vida estuvo dedicada a la fotografía. Compró una cámara Leica que sería su compañera durante muchos años: sus pequeñas dimensiones le permitían pasar desapercibido y, para más discreción, pintaba de negro las piezas brillantes de la cámara. Cámara en mano, Cartier-Bresson empezó a inmortalizar los momentos decisivos de su tiempo. En 1937 realizó su primer fotorreportaje de éxito, la coronación de Jorge VI de Inglaterra, que destacó entre todos los demás fotógrafos por el enfoque que le dio: no tomó fotos del rey, sino de la multitud que lo vitoreaba, que a su parecer constituía la esencia del acontecimiento, un principio que caracterizaría su carrera.
Hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial trabajó para Ce Soir, el periódico del Partido Comunista Francés, en el que coincidió con dos reporteros que iban a ser sus compañeros durante muchos años: David Szymin, apodado Chim, y Endré Friedmann, que trabajaba con el seudónimo de Robert Capa. También experimentó con el cine como asistente de Jean Renoir en películas sobre la Guerra Civil Española, al servicio del bando republicano.
En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y Cartier-Bresson fue reclutado en el cuerpo de fotografía y película, que se encargaba de trabajos de documentación y propaganda. En la Batalla de Francia fue apresado por los alemanes y pasó casi tres años en un campo de prisioneros, del que logró escapar para seguir colaborando con la Resistencia: aparcó por un tiempo la fotografía en favor del cine, realizando el reportaje El retorno sobre los prisioneros y desplazados.
Terminada la guerra, en 1947 se reunió con sus compañeros Chim y Capa, y junto a George Rodger y William Vandivert pusieron en marcha un proyecto que Capa llevaba un tiempo madurando: la creación de una agencia de fotografía de modelo cooperativo, que fundaron en 1947 con el nombre de Magnum Photos. Sus miembros se repartirían los encargos por áreas geográficas y Cartier-Bresson se ocuparía de India y la China. Allí realizó algunos de los trabajos más célebres de su carrera, como el funeral de Gandhi, la conquista de Pekín por parte de los maoístas y la independencia de Indonesia; su objetivo y su talento era captar en la imagen la atmósfera de los momentos que retrataba.
A pesar de su éxito como fotorreportero, después de unos años de trabajo Cartier-Bresson fue concentrándose cada vez más en retratos de personas y paisajes: en 1966 dejó Magnum para dedicarse a los libros de fotografía. Se centró en un género conocido como fotografía cándida, caracterizada por la naturalidad de los sujetos y los temas sencillos de la vida cotidiana, siguiendo el principio de “captar el momento” que había guiado su carrera.
Este tipo de fotografía le acercó de nuevo a sus orígenes como pintor. Hacia 1970 se retiró progresivamente de la fotografía, considerando que ya había expresado todo lo que podía a través de ese medio. En cambio, retomó activamente su antigua pasión por la pintura y el dibujo y, con casi 70 años, empezó una segunda carrera a través de los pinceles hasta su retiro definitivo; esta faceta artística, sin embargo, estuvo siempre eclipsada por su trabajo con la cámara. El 3 de agosto de 2004, a los casi 96 años, fallecía en su Francia natal aquel que fue llamado “el ojo del siglo” por su capacidad para inmortalizar la historia con su objetivo.
Fuente: National Geographic y Magnum Photos.